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El desigual trato al legado de la Expo

ABC | Domingo, 20 de Abril de 2008, 17:38:19

La piqueta amenaza con eliminar otro referente del paisaje arquitectónico que nos legó la Expo. En quince años, la postal del recinto que acogió la Muestra ha cambiado sustancialmente. Quedan iconos como el cohete Ariane 5, las torres de la avenida de Europa, el auditorio o el pabellón del Futuro..., pero otras referencias han desaparecido para siempre o su pervivencia está seriamente amenazada. Justo cuando se cumplen hoy 16 años de la apertura oficial de la Expo, el balance del recuerdo vivo de aquella celebración que cambió la ciudad es muy desigual.

El Ayuntamiento ha acordado recientemente la demolición de otro pabellón de la Muestra, el de la Santa Sede, a petición de su actual propietario, la Confederación de Entidades de Economía Social de Sevilla, Cepes, que argumenta falta de funcionalidad del edificio. Si no lo remedia la Consejería de Cultura, el pabellón correrá la misma suerte de otros que no consiguieron ser reutilizados por empresas o instituciones, o lo fueron y posteriormente quedaron abandonados. Los últimos en desaparecer han sido los de Checoslovaquia, Austria, Bélgica y Cruz Roja, además del añorado Palenque. Algo similar pudo pasarle al pabellón de Hungría en 2007. Tras su cierre como sede del pabellón de la Energía Viva, se propuso su demolición. La movilización ciudadana pidió el indulto de este pabellón realizado en madera con forma de barco invertido. La Dirección General de Bienes Culturales decidió el pasado año declararlo Bien de Interés Cultura junto a los pabellones de Andalucía, España, Francia y Finlandia, para asegurar su permanencia. No han corrido la misma suerte otros espacios emblemáticos de la Expo. Nada queda del Palenque, uno de los referentes más populares de la Muestra. La Consejería de Cultura no atendió en esta ocasión a las muchas voces que pidieron su conservación. Su desaparición tiene un importante argumento económico. Agesa, la sociedad estatal heredera de los activos de la Expo, decidió su demolición para construir un centro de negocios sobre los suculentos 24.000 metros cuadrados que ocupaba el enorme escenario coronado por la lona de conos. El futuro edificio de oficinas, que aportará importantes dividendos a Agesa, se beneficiará del incremento de edificabilidad que otorga además el PGOU en altura a la Cartuja y que está modificando ya la línea de cielo del recinto Expo. Nadie conoce a nadie Si nadie lo evita, algo parecido puede ocurrirle en breve al pabellón de la Santa Sede. La simulación por ordenador que pudimos ver en la película «Nadie Conoce a Nadie», de Mateo Gil (1999), en la que saltaba por los aires el pabellón de la Santa Sede de la Expo podría hacerse realidad aunque sin pólvora. El delegado de Cultura, Bernardo Bueno ha confirmado a ABC que técnicos de la Consejería se encuentran ya realizando un informe sobre las características del edificio para determinar si cumple los requisitos para protegerlo como Bien de Interés Cultural. El informe podría estar concluido la próxima semana, aunque la propiedad del edificio ya cuenta con la licencia de derribo. Bueno no cree que en una semana se produzca la demolición del pabellón sin que haya resolución de Cultura al respecto. Pero en este caso, como ocurrió con el Palenque, hay un trasfondo económico inquietante. La propiedad se ha mostrado sorprendida por el interés mostrado por Cultura de preservar el edificio, tras la petición que hiciera la asociación conservacionista Adepa. La sorpresa se debe a que fue la propia Junta de Andalucía la principal interesada en la venta del pabellón. Desde hace un año, organismos de la Junta sabían de la pretensiones de Cepes con respecto al edificio. Cepes compró a Andalucía Aeroespacial el pabellón y pagó directamente a la Junta de Andalucía 9,5 millones de euros por el edificio al estar la antigua propietaria en proceso de liquidación. La Junta había otorgado subvenciones a la sociedad vía IFA y avalado varios créditos de la misma, siendo por tanto principal acreedor en la liquidación. Con la compra del edificio se canceló la deuda. Frente a los criterios económicos y empresariales, se lanzan pocas voces en la ciudad interesadas en un debate sustentado en los valores arquitectónicos, históricos, culturales y de uso público del legado Expo. Adepa y el Grupo de Ciudadanos Independientes de Sevilla, son de los pocos ejemplos a salvar. La ciudad no se plantea ya un debate sobre la necesidad de preservar, no ya este pabellón en concreto sino todas las singularidades arquitectónicas y de diseño que han resistido el paso de los años y que sobreviven en la isla de la Cartuja como paisaje Expo. Quizá el momento del debate sobre el destino de lo que fue la Expo debió plantearse años atrás cuando se redactaba el PGOU de la ciudad. En 2002, en esa coyuntura, se organizó una mesa redonda sobre «la arquitectura del 92», en la que buena parte de los ponentes, de primer orden en el panorama nacional de la arquitectura, apostaban muy poco por la conservación. Frente a la opinión de otros compañeros, Víctor Pérez Escolano advirtió entonces de que el derribo de los pabellones no garantizaba que lo que fuera a construirse en sus correspondientes solares tuviera que ser mejor. El futuro le ha dado la razón. Con salvadas excepciones, las nuevas construcciones no han revolucionado el paisaje urbano de la Isla con propuestas sorprendentes, más bien la han colmatado y homogeneizado como un simple distrito de oficinas, en el que poco se han atendido las zonas verdes y espacios públicos (el Palenque, por ejemplo estaba como tal concebido). Ya en 2002, Moneo, que consideraba muy precario el uso de un suelo tan bueno, advertía de la impersonalidad de lo que fue espejo de Sevilla al mundo: «ni jardín, ni lugar de oficinas, ni público, ni privado» Entre las voces que ahora reclaman mayor protección a los valores arquitectónicos que dejó la Expo se encuentra la del arquitecto Miguel de Oriol, autor de los pabellones de la Santa Sede y de Cruzcampo. Además de considerar como «un disparate» el derribo de su pabellón, Miguel de Oriol considera que tirar estos edificios es acabar con un activo arquitectónico e histórico. «Una riqueza de la que no se puede prescindir». El aquitecto defendió en 1992 una Expo en el corazón de Sevilla. «Se optó por la isla, pero es un artificio un anexo a la ciudad: Por eso debería haberse previsto una inversión específica para la reutilización de este espacio y dotarlo de actividad». De Oriol piensa que ahora, abocados a una importante crisis inmobiliaria, no es el mejor momento para plantearlo. Se han perdido los buenos tiempos «Todo lo que sea conservar el pasado es positivo. La Palmera, de la Expo del 29, que no era nada se convirtió en una de las zonas más caras de Sevilla. Con la isla puede pasar lo mismo pero habrá que esperar otra generación. Sevilla tiene una personalidad tan propia que es conocida en el mundo entero. Cualquier barrio de Sevilla a 30 años vista tiene futuro. Que no tiren nada porque cada pieza tiene historia y de esa pieza siempre se podrá sacar beneficio». Los grandes vacíos Miguel de Oriol también proyectó el pabellón de Cruzcampo, actualmente sin uso y por tanto se considera por muchos igualmente amenazado. A finales de marzo se confirmó que el grupo sevillano Domo no ejecutó la opción de compra que tenía del pabellón, que se valoró en 12 millones de euros por la cervecera Heineken. El de Cruzcampo, un pabellón de envergadura, no es un caso aislado, quedan, entre otros, dos símbolos de la Expo de gran capacidad sin uso y para los que las distintas opciones planteadas nunca se cumplieron. El pabellón del Futuro y el de la Navegación siguen vacíos. El primero, prometido para uso museístico, al igual que el segundo, pendiente del proyecto Puerto Triana. También a la espera de destino sigue el pabellón de la Comunidad Europea cuya colorista torre sigue siendo uno de los referentes visuales de la Cartuja. Pero no son ejemplos únicos de la cara más sangrante del olvido de la Expo. Algunos de los iconos de la Expo sólo quedan en las fotografías de sus antiguos esplendores, como el Jum,botrom, el cine Omnimax, el telecabina o el monorraíl, las carrozas de la cabalgata, la peineta de la Puerta Triana... Especialmente lamentable es el estado de los jardines del Guadalquivir y Americano, cuya recuperación ha anunciado en numerosas ocasiones el Ayuntamiento durante años y que siguen a su suerte cerrados al público. A dieciséis años de aquel 20 de abril que enorgulleció a Sevilla, un recorrido por las calles que fueron su recinto ofrece sensaciones más allá de la pura nostalgia. Se pudo hacer más por reutilizar la Expo como patrimonio de la ciudad.

J. J. BORRERO/ M. J. PEREIRA

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